12 ene 2011

Via Crucis. Exposición Centro Huarte 2008-2009

¡Qué cruz!


Texto  de  Marina Aoiz Monreal.

Vamos a lo nuestro. ¿Pero cómo entramos? La puerta está sellada. Un enorme candado une las dos batientes y nuestras armas son estos tacones que nos levantan del polvoriento suelo. Ah! y esa luz que sale de la tierra penetrando por las uñas de los pies, ascendiendo por los arroyos de las piernas hasta el pecho. Nada más. La voluntad tal vez esté trazada en la pizarra del tercer padre y como un ojo místico nos mire desde el más allá, confundiendo el miedo con el deseo, los anhelos con las cenizas y el calvario con un halo de belleza sobre nuestras cabezas.

Vamos. El candado cede a la presión de las uñas tenaces. Vamos hacia la oscuridad, con los zapatos de tacón en la mano. El suelo está lleno de objetos domésticos: una escoba, una taza de porcelana china desportillada, un chupete, un pañal desechable, una montura de gafas sin cristales. De pronto, se abre una ventana con gran estrépito de sus goznes y una fotografía familiar nos deslumbra. Estamos condenadas a recorrer el camino hasta el final. Ahí está la cruz, arrancada del ataúd de la abuela. Ella la tomará entre sus manos, dejará los zapatos de tacón al pie del armario de luna y descalza comenzará el recorrido.

Condenada a vivir



Silencio. La boca nos invoca desde la no palabra. En su marco dorado, la boca se alimenta de luz y sombra. “Se dice que / la palabra está muerta / cuando se pronuncia, / yo digo que / comienza a vivir / ese día.”, reza un poema de Emily Dickinson. Ella respiraba en la palabra escrita y su boca era a la vez tan cotidiana como mágica, casi alada. La boca de Asun Requena, -la de besar, la de comer, la de lamentar-, respira desde la oscuridad de la vida. Desde ese lugar inquietante nos zarandea para que respondamos ¿qué es la belleza? ¿La columna rota de Frida? ¿El Cristo del Miserere de Anchieta colgado desde hace siglos en la iglesia de santa María? ¿El primer paso del Vía Crucis que una mujer, en pleno proceso de evolución artística, inicia?

El espacio que refleja el conflicto entre dentro y fuera, entre lo interno y lo externo, lo marcan sutiles líneas y es necesario haber llevado sobre los hombros algunas cruces para interpretar el lenguaje de Requena.

Condenada a vivir para dar testimonio de la oculta belleza, la Verónica acerca una sábana al rostro doliente de la mujer confundida. Una boca sensual, mística, queda impresa en el lienzo. La de besar, la de orar, la de implorar silencio.

Un leve balbuceo y algo de lo que estaba dormido en la oscuridad, despierta.



Al encuentro de la madre



El cuerpo crece en el espacio. Concibe un proyecto de vida paralelo. En el pedazo de firmamento que desplaza, se asienta la duda, la ansiedad, el temor al cambio. Victoria Combalía sostiene “Sí existen predisposiciones o mayor presencia de ciertos temas en el arte de las mujeres. En mi opinión, el inconsciente no tiene sexo, pero la consciencia cotidiana sí está atravesada por el género, es decir, por la construcción ideológica y social de nuestras ideas y de nuestros patrones de comportamiento según el sexo al que pertenezcamos”. Por eso interesa observarse intensamente en los espejos bruñidos del mundo pero también en ese espejo interno de nebuloso azogue. En unos y otro, se contempla a la madre que nos habita, conteniendo su esencia de planeta ignoto.



Despojados de vestiduras



La mirada profunda y desvalida de un hombre mayor que nos escruta desde la derecha de la tela nos sumerge de inmediato en sus lagunas existenciales. Asun Requena habla en una de sus impactantes obras de “la contradicción que emana de la experiencia vital del ser humano frente a las lagunas insalvables del avance voraz de la tecnología”. La artista ha captado en un instante años de represión, de soledad, de pena, de trato inhumano; años de vía crucis cuyas estaciones están trazadas en las arrugas del rostro.

Sobrecoge el abismo entre generaciones que han sufrido los desastres de la guerra o las penurias del exilio y a su regreso al ámbito familiar, experimentan un desfase tan enorme que son incapaces de articular los hilos de la vida cotidiana. Sólo las personas con una doble sensibilidad artística y social tienen la posibilidad de percibir la insondable profundidad de esos estados. Y al captarlo despiertan la acomodaticia conciencia del espectador que, por un momento, desconecta el móvil y entra también en esa laguna existencial de la mirada profunda que no tiene fondo. No tiene fondo.



Oscuras raíces



Escribe Jorge Oteiza en "Quosque tandem...!”: “De niño, como todos, sentimos como una pequeña nada nuestra existencia, que se nos define como un círculo negativo de cosas, emociones, limitaciones, en cuyo centro, en el corazón, advertimos el miedo -como negación suprema- de la muerte. Acaso el arte encuentra en los sentimientos de inseguridad y temor sus raíces más genuinas”. Confiesa Asun Requena: “la noche que falleció mi abuela fue muy larga, hubo cambios en casa y eso debió afectarme”. Cuando aquella noche ella entró en el pantano del sueño, una bruja la perseguía portando en la mano un tubo de pasta de dientes. El miedo dejó su rúbrica en el corazón de la niña. Se perpetuó noche tras noche, por los largos pasillos del aprendizaje, por los laberintos de la vida. Hasta que la artista “incendió la noche” y la conjuró sobre el recordatorio impreso de la abuela muerta.

No olvidemos que Requena, en esta muestra, a ratos camina descalza y en su búsqueda de luciérnagas, hay también varias coronas de espinas: “Un desarrollo inteligente del Vía Crucis es el que alterna de manera equilibrada palabra, silencio, canto, movimiento procesional y parada meditativa. Contribuye a que se obtengan los frutos espirituales de este ejercicio de piedad”, se puede leer en una página de contenido religioso en Internet.

Piedad pues para los dientes de leche. Piedad para la angustia de las niñas y niños perdidos en oscuras calles donde las abuelas se desvanecen en la iridiscencia de los charcos y la inocencia rueda entre las junturas de los adoquines.







Lloran las mujeres de Jerusalén



Hay células cancerígenas. Hay enfermedades nombradas con expresiones terribles que estallan de forma incontrolable cuando menos se espera. Hay enfermedades crónicas. Latentes como los volcanes durmientes, las convulsiones epilépticas son causadas por descargas repentinas de actividad eléctrica en el cerebro evitando que éste se comunique normalmente con el cuerpo. Morbus Divinus o Morbo Sacro llamaban a la enfermedad los griegos de la edad antigua.

Cuando se experimenta de cerca la erupción inesperada del volcán que cada quien alberga en su interior, la sombra del temor rebasa las lindes del territorio conocido. Se sufre. Lloran las mujeres por el fruto de sus partos. La imagen de la caída queda impresa en la retina como la postal en blanco y negro de una de las estaciones de este vía crucis. Las heridas sangran. Las células malignas se reproducen rebelándose contra la cordura que quisiéramos como una sencilla flor en un viejo manual de botánica. Los dioses se convierten en ejecutores terribles y ya no nos protegen del rayo. Sólo la ternura conjura este dolor de las mujeres de Jerusalén.

Las lágrimas purifican.

¿La feminidad? También llora.



A taconazos



“Una, dos y tres. Luz y sombra en la pared. Una. Dos. Tres. No barro. No limpio. No friego. Vuelo. Desde el suelo. Empujada por una luz que llega directamente del planeta Venus y me eleva hasta los confines del aire puro donde me libero de todo el asqueroso humo del tabaco que he inhalado y de todo el asqueroso monóxido y de toda la asquerosa información que me bombardea cada día con asesinatos por celos o asesinatos por sentimiento de posesión o asesinatos por pretender imponer ciertas ideas”.

ELLA desarrolla su propia idea y la cocina en una olla exprés.

A taconazos avanza de estación en estación salvando explosiones o latigazos. Porque siempre hay una luz que brota de la tierra y alumbra una fuente nueva de ideas sobre el arte que se torna concepto en el cuaderno negro y más tarde fotografías y ya no importa lo que ELLA piense porque te las ofrece a ti, que visitas esta exposición, y reflexionas sobre esto y aquello y estás hecho un verdadero lío, con la crisis, con el sistema financiero, con el terrorismo, con la caída de la bolsa. A taconazos ELLA avanza por los pasillos negros, autorretratándose. Sorbiendo unas gotas de aire luminoso para poder seguir en Babia y decirle al mundo que una obra de arte se concibe en las entrañas, desde el susurro, desde el silencio, desde el dolor y el éxtasis.

En el objetivo de la cámara fotográfica está la dimensión sin límites de un universo cotidiano que revela el mundo y a la par protege. ELLA mira y te ve.



Simón busca trabajo



Le dicen que tiene demasiados años o que carece de estudios o que su carné ha caducado o que proviene de un país extraño. Simón se queda fuera del mundo. Con el brazo apoyado en una frágil estructura de un lugar indeterminado. El día comienza arrojándose directamente a las ofertas de empleo del periódico pero ni un solo mensaje se dirige hacia él. Las manos castigadas. Las manos unidas. Va retrayéndose hacia un punto en el que la desesperanza crece. El Cireneo carga su cruz y tu cruz para que puedas seguir avanzando. En el Monte de los Olivos se recogen los negros frutos. Y también en las viñas del Señor. En las proximidades de la casa escondida crecen las ortigas y los ailantos. La artista entra en los grises de lo cotidiano y encuentra a un hombre con el rostro de una multitud que mira por la ventana esperando el milagro.

Es de Lucas la frase que reza “el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día su propia cruz”.



El tercer padre


 
Ahí estaba el nombre subrayado del arcángel. Como un graftti celeste mostraba su fluorescencia en la pared de la casa del sueño. Las señales vienen y van. “Creo que toda obra de arte está estrechamente ligada con un secreto” expresó Annettte Messager. Asun Requena tiene sus secretos e incluso en este Vía Crucis biográfico, atesora más secretos que verdades devela.

Lo que se oculta es tu verdad, le dijo en una conversación Oteiza a Manterola. ¿Y quienes somos nosotros para pretender desentrañar los arcanos de una obra personal, sincera? Sin embargo, la puerta de la gracia queda abierta. Entremos. Veamos al tiempo y su impetuosa cascada de acontecimientos cómo nos zarandea de una emoción a otra. Miremos con persistencia las fotografías y descubriremos la precariedad de la existencia. Lo vulnerables que somos ante el más pequeño suceso que distorsione nuestro diario acontecer.

Todo queda grabado a fuego en el recuerdo.

El rosario de historias emocionales posee sus misterios. En sus cuentas de semillas o azabache quedan las huellas de los dedos.

Manchados de tinta o de roja pintura acrílica, los dedos de la artista construyen una realidad concebida para trazar un camino propio por el que se pueda transitar con diferentes códigos. Salir del tiempo. Exprimir la idea con apenas unas gotas de nada y dejar que brote el concepto. Un alud de dudas nos salpicará el rostro a quienes adoptemos la posición del jubilado que contempla el desarrollo de una obra. Nos arrastrará un río de dudas a quienes adoptemos la postura del intelectual que todo lo interpreta desde la erudición. ¿Para qué o para quién la certeza? ELLA busca y en el camino encuentra pequeños destellos de luciérnaga en la oscuridad. Con ellos amasa su pan de luz; el pan crujiente de su trabajo cotidiano. ELLA, que conoce bien la piedra y la madera trabajada por hábiles manos de otros siglos, a veces comprende lo que no quiere y se lleva la mano a los labios para certificar que respira, que esta viva, que a pesar de las cruces y las espinas, de las fobias y los temores, el tercer padre le lanza cada día un nuevo reto desde el más allá para que siga explorando sobre sí misma.



Silencio

 Dudas

Cáncer

Cargas de mujer

Cargas de mujer

Cargas de mujer

Tabaco

En el aire

Epilepsia

Lagunas existenciales

Paro

Fobia


En el nombre del Padre


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